Para poder entender bien esta cuestión es necesario tener presente algunos presupuestos: 1.- Que se entiende por cuestión una verdadera reflexión expositiva dialéctica sobre una realidad concreta. No se trata de escribir sin sentido sobre un tema determinado, sino que es un pronunciamiento muy delimitado y concreto. 2.- Por teológica entendemos la reflexión racional sistemática que versa sobre Dios, pero que se eleva más allá de la sola razón y que es iluminada por la virtud de la fe. 3.- Principal entendemos como la cuestión que no es la mas importante, sino de la cual derivan todas las demás. Adquiere el valor de su raíz latina princips, como inicio. En este sentido adquiere el sentido de fontalidad.
Ahora bien debemos también de partir del hecho de que respecto a este tema la Iglesia se ha pronunciado a nivel de magisterio infalible, con una definición ex cathedra en el Concilio Vaticano I, donde formula la doctrina de la distinción entre Dios y el mundo, con un claro tinte apologético en contra de los panteístas e idealistas: “Sancta católica apostolica Romana Ecclesia credit et confitetur, unum esse Deum rerum et vivum, creatorem ac Dominum caeli et térrea, omnipotentem, aeternum, immensum, incomprehensibilem, intellectu ac voluntate omnique perfectione infinitum; qui cum sit una singularis, simplex omnino et incommutabilis substantia spiritualis, praedicandus est re et essentia a mundo distinctus, in se et ex se beatissimus, et super omnia, quae praeter ipsum sunt et concipi possunt, ineffabiliter excelsus.” (Dei Filius cap. 1). Además, se suma a esta definición los cánones 1,2,3 y 4 que tachan como herejía toda doctrina contraria a esta definición dogmática.
Ahora bien, esta definición llegó el 24 de abril de 1870. Esto quiere decir que el problema panteísta ha tenido una evolución histórica con muchas mutaciones. No ponemos un origen concreto, pues no se conoce con certeza. Simplemente ya la Sagrada Escritura en el libro del Génesis nos narra que desde el principio mismo del hombre ha existido la tentación de la divinización, pero no por gracia, sino por soberbia. Algunos mitos antiguos (de cualquier cultura precristiana) tienen un fuerte matiz panteísta. Algunos filósofos griegos creían que el mundo, o al menos el hombre era una parte mala de la divinidad, una rayo de luz divino salido de Dios. Platón proclamaba una unión sustancial entre el hombre y el Uno. Los gnósticos consideraban al hombre pneumático como un eón desprendido de Bythos, su dios absoluto. Dando un salto histórico nos encontramos con los idealistas alemanes, para quienes Dios y el hombre no tienen una diferencia sustancial, sino gradual, pues su argumento es que al existir sólo la consistencia mental, entonces el hombre participa de la naturaleza divina por esencia. La corriente de pensamiento contraria al idealismo es el mecanicismo; sin embargo, respecto a la distinción entre Dios y el mundo sostiene la misma tesis que el idealismo. Algunos físicos como P. Davies, P. W. Atkins, Y. B. Zel´dovich y S. Hawkings han llegado a mantener la autocreación del universo. Pero esta teoría ni siquiera supera una crítica filosófica (debe superarla para ser juzgada por la teología). Resulta evidente que ningún ser puede autocrearse, ser causa de sí mismo (causa sui), porque ello supondría que ese ser es anterior a sí mismo lo cual, a todas luces, es imposible. Si se defiende la autocreación se llega a la igualdad sustancial entre Dios y el mundo.
Así tenemos que ante tanta confusión respecto a algo que nos parece evidente, la Iglesia se pronuncie a nivel magisterial infalible. Después de la definición dogmática, no han faltado librepensadores rebeldes que han retado al magisterio con las tesis condenadas. Se ha tratado de intentos de “cristianizar”el panteísmo, o al menos darle un matiz más cristiano. Tal ha sido el caso de Karl Rahner. Él defiende la tesis de que existe una causalidad cuasi-formal o formal de Dios sobre la criatura. Sus presupuestos son: 1.- La doctrina típicamente idealista de que ser es pensar. 2.- Dios es el horizonte infinito e indeterminado de todo conocimiento humano, es decir, que la condición para conocer cualquier cosa es conocer antes a Dios de una manera atemática y trascendental. 3.- El hombre es la libre autocomunicación divina , así cuando Dios quiere ser no-Dios aparece el hombre. Con estos presupuestos es evidente que la diferencia entre el creador y la criatura no queda para nada clara. El hombre debería tomar conciencia de Dios que lo constituye, y en ese sentido es su forma, pues cuando se hace conciente (como ser es pensar, entonces la realidad más profunda tiene lugar cuando el hombre se conoce como comunicación de Dios) de esto entonces se llega a una identificación hombre-Dios análogamente a esencia-accidente y materia-forma. El hombre es un modo accidental de existir de la esencia divina.
Ahora bien, estas doctrinas panteístas tienen una debilidad: que son contrarias al sentido común. Éste nos hace ver, sentir y pensar en una evidente finitud del hombre y del mundo, de tal manera que quedan excluidos para que sean Dios. Teniendo muy clara esta distinción podemos realmente comenzar a hacer teología. Y sin claridad en este tema no se puede llegar a una sana reflexión. La ciencia teológica depende mucho de los presupuestos que tome. Andará en el camino que le orienten sus propios fundamentos.
Por el lado contrario, con una sana base que diferencie Dios del mundo se puede comenzar a hacer sistematizar el razonamiento sobre Dios. Y entonces adquirimos una vera mens theologica que nos permite juzgar con certeza la realidad. Y entonces el hombre elevará sus cánticos de alabanza a su Creador.
Como colofón cabe decir que el hombre está llamado a divinizarse. Pero no como parte sustancial de Dios. El hombre debe ser elevado a la participación de la naturaleza divina por gracia. Éste es el fin último del hombre: la bienaventuranza eterna, donde Dios será todo en todos.
Ahora bien debemos también de partir del hecho de que respecto a este tema la Iglesia se ha pronunciado a nivel de magisterio infalible, con una definición ex cathedra en el Concilio Vaticano I, donde formula la doctrina de la distinción entre Dios y el mundo, con un claro tinte apologético en contra de los panteístas e idealistas: “Sancta católica apostolica Romana Ecclesia credit et confitetur, unum esse Deum rerum et vivum, creatorem ac Dominum caeli et térrea, omnipotentem, aeternum, immensum, incomprehensibilem, intellectu ac voluntate omnique perfectione infinitum; qui cum sit una singularis, simplex omnino et incommutabilis substantia spiritualis, praedicandus est re et essentia a mundo distinctus, in se et ex se beatissimus, et super omnia, quae praeter ipsum sunt et concipi possunt, ineffabiliter excelsus.” (Dei Filius cap. 1). Además, se suma a esta definición los cánones 1,2,3 y 4 que tachan como herejía toda doctrina contraria a esta definición dogmática.
Ahora bien, esta definición llegó el 24 de abril de 1870. Esto quiere decir que el problema panteísta ha tenido una evolución histórica con muchas mutaciones. No ponemos un origen concreto, pues no se conoce con certeza. Simplemente ya la Sagrada Escritura en el libro del Génesis nos narra que desde el principio mismo del hombre ha existido la tentación de la divinización, pero no por gracia, sino por soberbia. Algunos mitos antiguos (de cualquier cultura precristiana) tienen un fuerte matiz panteísta. Algunos filósofos griegos creían que el mundo, o al menos el hombre era una parte mala de la divinidad, una rayo de luz divino salido de Dios. Platón proclamaba una unión sustancial entre el hombre y el Uno. Los gnósticos consideraban al hombre pneumático como un eón desprendido de Bythos, su dios absoluto. Dando un salto histórico nos encontramos con los idealistas alemanes, para quienes Dios y el hombre no tienen una diferencia sustancial, sino gradual, pues su argumento es que al existir sólo la consistencia mental, entonces el hombre participa de la naturaleza divina por esencia. La corriente de pensamiento contraria al idealismo es el mecanicismo; sin embargo, respecto a la distinción entre Dios y el mundo sostiene la misma tesis que el idealismo. Algunos físicos como P. Davies, P. W. Atkins, Y. B. Zel´dovich y S. Hawkings han llegado a mantener la autocreación del universo. Pero esta teoría ni siquiera supera una crítica filosófica (debe superarla para ser juzgada por la teología). Resulta evidente que ningún ser puede autocrearse, ser causa de sí mismo (causa sui), porque ello supondría que ese ser es anterior a sí mismo lo cual, a todas luces, es imposible. Si se defiende la autocreación se llega a la igualdad sustancial entre Dios y el mundo.
Así tenemos que ante tanta confusión respecto a algo que nos parece evidente, la Iglesia se pronuncie a nivel magisterial infalible. Después de la definición dogmática, no han faltado librepensadores rebeldes que han retado al magisterio con las tesis condenadas. Se ha tratado de intentos de “cristianizar”el panteísmo, o al menos darle un matiz más cristiano. Tal ha sido el caso de Karl Rahner. Él defiende la tesis de que existe una causalidad cuasi-formal o formal de Dios sobre la criatura. Sus presupuestos son: 1.- La doctrina típicamente idealista de que ser es pensar. 2.- Dios es el horizonte infinito e indeterminado de todo conocimiento humano, es decir, que la condición para conocer cualquier cosa es conocer antes a Dios de una manera atemática y trascendental. 3.- El hombre es la libre autocomunicación divina , así cuando Dios quiere ser no-Dios aparece el hombre. Con estos presupuestos es evidente que la diferencia entre el creador y la criatura no queda para nada clara. El hombre debería tomar conciencia de Dios que lo constituye, y en ese sentido es su forma, pues cuando se hace conciente (como ser es pensar, entonces la realidad más profunda tiene lugar cuando el hombre se conoce como comunicación de Dios) de esto entonces se llega a una identificación hombre-Dios análogamente a esencia-accidente y materia-forma. El hombre es un modo accidental de existir de la esencia divina.
Ahora bien, estas doctrinas panteístas tienen una debilidad: que son contrarias al sentido común. Éste nos hace ver, sentir y pensar en una evidente finitud del hombre y del mundo, de tal manera que quedan excluidos para que sean Dios. Teniendo muy clara esta distinción podemos realmente comenzar a hacer teología. Y sin claridad en este tema no se puede llegar a una sana reflexión. La ciencia teológica depende mucho de los presupuestos que tome. Andará en el camino que le orienten sus propios fundamentos.
Por el lado contrario, con una sana base que diferencie Dios del mundo se puede comenzar a hacer sistematizar el razonamiento sobre Dios. Y entonces adquirimos una vera mens theologica que nos permite juzgar con certeza la realidad. Y entonces el hombre elevará sus cánticos de alabanza a su Creador.
Como colofón cabe decir que el hombre está llamado a divinizarse. Pero no como parte sustancial de Dios. El hombre debe ser elevado a la participación de la naturaleza divina por gracia. Éste es el fin último del hombre: la bienaventuranza eterna, donde Dios será todo en todos.
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