INTRODUCCIÓN El presente trabajo es una recensión de la obra intitulada El Άντιρρητικός de Evagrio Póntico, quien fue un teólogo cristiano que nació en Ibora, en el Ponto en el año 356 y murió cerca del 400 d.C. Recibió la ordenación diaconal de manos de Gregorio Nacianceno. Fue un monje escritor muy prolijo, siendo el fundador del misticismo monástico y el autor espiritual más fecundo e interesante del desierto egipcio. De hecho, la gran escuela oriental de misticismo evagriano va desde el siglo IV hasta el XV; más aún, hasta el siglo XX. La obra que ahora presento versa sobre los ocho vicios capitales: gula, lujuria, avaricia, ira, tristeza, acedia, vanagloria y soberbia. En total cuenta con diecinueve capítulos.
GULA En los tres primeros capítulos se aborda el tema de la gula que considera como el origen de las pasiones, como un mal del que se derivan muchos placeres incorrectos para el hombre. El remedio es la virtud de la templanza. No considera la acción de comer como algo malo, sin embargo si lo es el hecho de que una vez que se ha comido lo necesario para mantener sano al cuerpo se continúe con la degustación de alimentos sin que el cuerpo lo necesite. Continúa alimentando su propia concupiscencia dando como derivación muchas pasiones pecaminosas. El hombre templado sabe poner freno a su paladar. De una acción fisiológica se puede pasar a una conducta de vida: de la gula se puede pasar a la desobediencia, porque como el paladar en la gula no puede dejar de comer, así en la desobediencia el hombre no puede dejar de lado su propia voluntad para acceder al mandato que se le ordena, prefiriendo antes cumplir su propia voluntad que la de sus superiores. Incluso, el comer en exceso puede ser un obstáculo para la oración, porque el que tiene el estómago un poco vacío puede saciarlo con largos momentos de oración, pero el que ha comido demasiado no busca otra cosa que dormir y preparar el estómago para el siguiente banquete.
En la vida académica pasa lo mismo: el que ha comido lo necesario tiene la mente despejada, ejercitada y capacitada para aprender con sobriedad lo que se le enseña, pero el glotón que ha dado alimento en exceso a su cuerpo tiene obnubilada la mente, que no hace otra cosa que pensar en comer. De una necesidad biológica se puede abusar para buscar placer y dar deriva a muchas pasiones perversas. También hace la comparación de los ayunantes con los que glotones. La oración del primero se eleva por las alturas, casi hasta el sol, mientras la del segundo no sube hacia el cielo, sino al contrario, desciende hacia el abismo porque se encuentra con la mente ofuscada en las cosas pasajeras de la tierra. Cuando se habla de los mártires, sólo los enumera, mientras que el justo los imita. En definitiva, es una persona peleada con la virtud de la templanza, que engendra todos los vicios posibles con la gula y que no se interesa por la vida sobre natural, sino que su única razón de vivir es el placer experimentado con la comida. Esto desemboca necesariamente con el siguiente vicio.
LUJURIA Tratada en tres capítulos del 4 al 6, la lujuria es presenta en muy estrecha relación con la gula, pues la lujuria provoca un placer desenfrenado. Así como se gusta saciar el hambre, y una vez saciada se continua comiendo por simple placer, así también con la lujuria se busca satisfacer las pasiones más bajas, porque una vez saciado el instinto sexual se desemboca en simple placer venéreo. Se pierde la paz interior, siendo continuamente golpeado por la flechas de la temperancia. El mirar con malos ojos a una mujer provoca una infección en nuestra alma que permanece abierta mientras no se cambie de actitud. El que quiera evitar todo momento en que pueda caer en tentación debe de permanecer en casa orando al Señor, no entregándose en las manos del enemigo al asistir a reuniones públicas pecaminosas. Se debe de guardar distancia de las mujeres, porque seducen hasta llegar a las expresiones de placer más bajas, impúdicas y totalmente desenfrenadas. El pecar con mujeres no es otra cosa que un camino seguro a la muerte y perdición.
El demonio se oculta en las mujeres que quieren seducir al monje y desviarle de su vida ascendente. Al joven monje se recomienda acercarse al fuego antes que a una mujer joven; es más fácil alejarse del fuego al quemarse la mano que alejarse de las conversaciones femeninas que le seducen y le atrapan. La lujuria crece en abundancia frecuentando a las mujeres. El demonio de la lujuria se combate con el ayuno y con el alejamiento de todas las formas femeninas, porque ellas pueden llevar incluso a despreciar la vida misma. Si estás tranquilo, no des crédito a quien te dice que has alcanzado la paz interior, pues mientras haya mujeres existe un peligro latente. El discernimiento de la virtud se encuentra en la distancia que se tome de la mujer: si el simple recuerdo de una mujer te lleva a pecar, estás fuera de la virtud. Si no hay pasión, estás dentro de la virtud. El que ha pecado y se ha arrepentido, debe de velar mucho, pues la lujuria es reincidente.
AVARICIA En los capítulos 7 y 8 trata sobre la avaricia. El demonio que rige este vicio es astuto, pues incita al monje a acumular bienes como si fuera algo sensato y prudente. Incluso, Evagrio dice que la avaricia es la raíz de todos los males. De nada sirve quedar inmune de todas las pasiones si continúa todavía la avaricia. Los monjes no deben de tener riquezas acumuladas, pues se olvidan de Dios y se sumergen en sus preocupaciones. El monje que no tiene nada se encuentra por encima de toda prueba, pudiendo acercarse a las cosas celestes. Tendrá ánimo sereno cuando le llegue la muerte, pues su alma no tendrá ningún tipo de atadura terrena. Si una vez que un monje se ha desprendido materialmente de sus bienes, pero continúa atado a ellos sentimentalmente se atormenta mucho. La avaricia es un vicio que jamás se sacia. Siempre quiere multiplicar sus bienes y nunca queda satisfecho, pues ha perdido la paz interior y sólo piensa en tener más bienes y no disfruta ni da gracias por lo que tiene. El monje auténtico debe de contar sólo con lo necesario, sin adular a los ricos para obtener bienes materiales, para así poder alcanzar la vida eterna con mayor rapidez. La gran diferencia entre el monje rico y el que no tiene nada es que el primero trabaja arduamente, pero para tener mayores rentas, mientras que el segundo dedica todo el tiempo a la oración y la lectura. Sean malditos los idólatras y los avaros.
IRA Tratada en los capítulos 9 y 10. La ira es una pasión furiosa que degrada a todo el hombre. El que está bajo el influjo del demonio iracundo se enloquece con sus pensamientos alocados, llevándole a odiar a aquellos con los que ha tenido algún problema. La ira nubla la mente, la embota y la hace perder la sensatez. En cambio, quien sólo piensa en Dios tiene un estado de serenidad. Se compra la mente del iracundo y la del magnánimo con la figura del agua: el primero tendrá su mente turbada como agua agitada que no encuentra su cauce tranquilo, en cambio el segundo tiene su mente como una fuente tranquila. Los ojos del que no tiene autocontrol están descompuestos, mientras que el manso los vuelve hacia abajo. El alma apacible se convierte en templo del Espíritu Santo. En definitiva, el que guarda la ira y el rencor en su corazón no puede vivir en paz consigo mismo, con Dios ni con sus prójimos. En cambio, el que perdona y es pacífico se ejercita con discursos espirituales. Mientras que el monje que tiene un corazón lleno de rabia no hace otra cosa que recordar constantemente su odio alimentándole, el monje que sabe perdonar y vivir con un corazón entregado al Señor tiene constantemente pensamientos del Señor y los sabe guardar en su corazón.
TRISTEZA El demonio que rige la tristeza es analizado en los capítulos 11 y 12. El monje que vive bajo el influjo del demonio de la tristeza no conoce lo que es el placer espiritual. Su origen se encuentra en el haber fracasado en la venganza. Se duele en su corazón y no hace otra cosa que continuar en el dolor. No sabe valorar las maravillas que el Señor nos regala a cada instante. No sabe reconocer el don de Dios que ha obrado sobre él. La tristeza es como un gusano que se encuentra en el corazón. Un ejemplo para expresar el alcance de la fuerza de este demonio: la mujer que pare sufre momentos dolorosos, pero después se alegra al tener en brazos a su crío, pero el que sufre bajo la maldición de la tristeza constantemente adolece su alma, amargándose a sí mismo. Y es que la tristeza es un impedimento para todo. Incluso no puede siquiera elevar una oración al Señor. La contemplación queda descartada. Se compara al que está constantemente bajo la tristeza con los prisioneros de guerra.
Y con la figura del prisionero de guerra quiere mostrar su teoría espiritual del que ha sido vencido sistemáticamente por los demonios y su alma ha quedado esclavizada por ellos. El triste se encamina a ser esclavo de los demonios. El derrotado por la tristeza no tardará en ser vencido por las pasiones. Y es tan peligrosa que nos engaña de todas formas: el que ha sido hundido en la tristeza y busca salir, puede equivocarse en el modo de escapar de la tristeza y puede buscar salida en otras pasiones pecaminosas. El que está libre de pasiones no puede ser herido por la tristeza. El escudo del monje contra la tristeza es la paz interior. El que domina las pasiones reina sobre la tristeza. La tristeza disminuye el intelecto. Al triste desagrada la dulce salida del Sol. El modo de demostrar la tristeza es la presencia de una pasión. El que siempre quiera librarse de la tristeza debe de despreciar las riquezas. El humilde sabrá alegrarse en los momentos difíciles y de deshonra.
ACEDIA El demonio de la acedia se analiza en los capítulos 13 y 14. La acedia es la pasión que está dominada por el demonio de la indiferencia frente a la tentación. El monje en acedia no se enfrenta debidamente a la tentación. Su alma es débil y cae en tentación. Evagrio pone un ejemplo de acedia que se da entre los monjes: la acedia consiste en abandonar la celda, no vivir según la naturaleza propia y buscar cualquier pretexto para escapar de los quehaceres de la vida monástica pero sin abandonar la vida monástica. El espíritu de acedia acecha al monje para que salga de su celda. El monje quiere escapar de la soledad y buscar de mil maneras cómo hacerlo. Entonces utiliza como pretexto el visitar a los enfermos. El pecado consiste en que más que sea una obra de misericordia es una renuncia momentánea a su estado de vida. Visita a los enfermos pero para no estar en su celda y poder salir. Más que alentar a los enfermos a buscar una vida cristiana busca su propia satisfacción. Este pecado Evagrio lo tiene realmente en una peligrosidad elevada, porque hace que el corazón del monje se divida. Por un lado no es plenamente feliz en el convento, porque anhela constantemente salir, incluso buscará la manera más astuta de evadir su estancia en la celda. Para ello dedicará mucho tiempo para pensar cómo saldrá, incluso puede llegar a la paranoia de imaginar o inventar visitas o voces que le induzcan a salir. Quizá en esto consiste en que la acedia esté regida por un demonio. El tentador busca de mil maneras romper la concentración en el monje para que pueda orar y meditar y todo ello sirva para la gloria de Cristo. Pero siendo el monje un hombre de Dios dedicado a la oración y a la contemplación, el demonio busca que pierda el ritmo de la lectura, que se aburra, que empiece a bostezar, que empiece a hojear el resto de las páginas para hacer cálculos de cuántas le faltan para terminar.
VANAGLORIA Hace el análisis de este demonio en los capítulos 15 y 16. Es una verdadera aberración esta acción pecaminosa, porque nos hace proyectar en los demás valores que no existen en nosotros o que absolutizamos un bien relativo y nos sentimos exclusivos poseedores del mismo, dejando a un lado la doctrina que dice que todo lo que tenemos lo hemos recibido como don de Dios. Es una pasión irracional que con facilidad confunde a las personas, pues se suele entremeter con las obras virtuosas. Pero tal es el grado de confusión del monje que se vanagloria que puede llegar a trabajar sin recibir recompensa, y con ellos falsear el sentido del trabajo, pues él lo entiende desde sus propias fuerzas, sin ningún sentido de ofrenda al Todopoderoso, sino que su perspectiva es el egoísmo de sus propias fuerzas. Piensa para sí mismo: “Todo lo puedo pues soy joven y fuerte”. Y si es viejo y débil opina: “No trabajo porque mi ámbito de trabajo es impartir mi propia sabiduría de vida”. En definitiva, es un exceso de confianza en el hombre, porque la vanagloria es una corrupción de las virtudes. Cuando se pierde de nuestra mente la alabanza de Dios, entonces se pierde el sentido de trascendencia. Es un pecado considerado grave, porque atenta contra la virtud de la religión, que es la entrega generosa de nuestro obrar y pensar a Dios mediante el culto instituido. Así, este que se vanagloria no ofrece al Altísimo ningún sacrificio en el altar de Dios, sino que se lo ofrece a sí mismo, suplantando el destinatario de la ofrenda.
SOBERBIA Este poderoso demonio lo analiza en los tres últimos capítulos, del 17 al 19. Es el mayor de todos los demonios. La soberbia es aquél pecado que tienen las personas que se sienten divinos. Las personas soberbias se elevan sobre sus mismas cualidades, sobre las demás personas para finalmente elevarse sobre el creador de los cielos. Pero Evagrio castiga duramente al soberbio con esta pregunta: ¿De qué te enorgulleces, oh hombre, cuando por naturaleza eres barro y podredumbre y por qué te elevas sobre las nubes? Contempla tu naturaleza porque eres tierra y ceniza y dentro de poco volverás al polvo, ahora soberbio y dentro de poco gusano. Es un rechazo total y absoluto de Dios, puesto que el arcángel del cielo pecó de soberbia. El antídoto de esta pasión demoniaca es la humildad.El monje que es soberbia se parece a un árbol sin raíces. Todo estos capítulos son exhortaciones a despreciar a la soberbia y ser humildes ante Dios y antes los hombres.
CONCLUSIÓN Es interesante el modo cómo plantea su pensamiento. Lo más valioso que yo resalto es que en verdad será un antecedente débil de los actuales siete pecados capitales, pero sin embargo no están del todo orientados a la aplicación a todos los hombres. Para Evagrio son pasiones propias del monje. Un punto débil de la obra es la excesiva importancia que le da a los demonios. Es verdad que ellos nos tientan para convertirnos a las criaturas y despreciar a Dios, pero también muchos de estos ocho vicios son debidos a la debilidad y finitud del hombre. En conjunto es una obra muy aleccionadora y enriquecedora. Es verdad que va dirigida exclusivamente para los monjes del desierto, pero también es verdad que está redactada con tal espíritu de sabiduría y de misticismo que la obra puede ser válida para todos los cristianos, pues todos corremos el mismo riesgo de caer en algunos de estos pecados durante nuestra vida ordinaria.
GULA En los tres primeros capítulos se aborda el tema de la gula que considera como el origen de las pasiones, como un mal del que se derivan muchos placeres incorrectos para el hombre. El remedio es la virtud de la templanza. No considera la acción de comer como algo malo, sin embargo si lo es el hecho de que una vez que se ha comido lo necesario para mantener sano al cuerpo se continúe con la degustación de alimentos sin que el cuerpo lo necesite. Continúa alimentando su propia concupiscencia dando como derivación muchas pasiones pecaminosas. El hombre templado sabe poner freno a su paladar. De una acción fisiológica se puede pasar a una conducta de vida: de la gula se puede pasar a la desobediencia, porque como el paladar en la gula no puede dejar de comer, así en la desobediencia el hombre no puede dejar de lado su propia voluntad para acceder al mandato que se le ordena, prefiriendo antes cumplir su propia voluntad que la de sus superiores. Incluso, el comer en exceso puede ser un obstáculo para la oración, porque el que tiene el estómago un poco vacío puede saciarlo con largos momentos de oración, pero el que ha comido demasiado no busca otra cosa que dormir y preparar el estómago para el siguiente banquete.
En la vida académica pasa lo mismo: el que ha comido lo necesario tiene la mente despejada, ejercitada y capacitada para aprender con sobriedad lo que se le enseña, pero el glotón que ha dado alimento en exceso a su cuerpo tiene obnubilada la mente, que no hace otra cosa que pensar en comer. De una necesidad biológica se puede abusar para buscar placer y dar deriva a muchas pasiones perversas. También hace la comparación de los ayunantes con los que glotones. La oración del primero se eleva por las alturas, casi hasta el sol, mientras la del segundo no sube hacia el cielo, sino al contrario, desciende hacia el abismo porque se encuentra con la mente ofuscada en las cosas pasajeras de la tierra. Cuando se habla de los mártires, sólo los enumera, mientras que el justo los imita. En definitiva, es una persona peleada con la virtud de la templanza, que engendra todos los vicios posibles con la gula y que no se interesa por la vida sobre natural, sino que su única razón de vivir es el placer experimentado con la comida. Esto desemboca necesariamente con el siguiente vicio.
LUJURIA Tratada en tres capítulos del 4 al 6, la lujuria es presenta en muy estrecha relación con la gula, pues la lujuria provoca un placer desenfrenado. Así como se gusta saciar el hambre, y una vez saciada se continua comiendo por simple placer, así también con la lujuria se busca satisfacer las pasiones más bajas, porque una vez saciado el instinto sexual se desemboca en simple placer venéreo. Se pierde la paz interior, siendo continuamente golpeado por la flechas de la temperancia. El mirar con malos ojos a una mujer provoca una infección en nuestra alma que permanece abierta mientras no se cambie de actitud. El que quiera evitar todo momento en que pueda caer en tentación debe de permanecer en casa orando al Señor, no entregándose en las manos del enemigo al asistir a reuniones públicas pecaminosas. Se debe de guardar distancia de las mujeres, porque seducen hasta llegar a las expresiones de placer más bajas, impúdicas y totalmente desenfrenadas. El pecar con mujeres no es otra cosa que un camino seguro a la muerte y perdición.
El demonio se oculta en las mujeres que quieren seducir al monje y desviarle de su vida ascendente. Al joven monje se recomienda acercarse al fuego antes que a una mujer joven; es más fácil alejarse del fuego al quemarse la mano que alejarse de las conversaciones femeninas que le seducen y le atrapan. La lujuria crece en abundancia frecuentando a las mujeres. El demonio de la lujuria se combate con el ayuno y con el alejamiento de todas las formas femeninas, porque ellas pueden llevar incluso a despreciar la vida misma. Si estás tranquilo, no des crédito a quien te dice que has alcanzado la paz interior, pues mientras haya mujeres existe un peligro latente. El discernimiento de la virtud se encuentra en la distancia que se tome de la mujer: si el simple recuerdo de una mujer te lleva a pecar, estás fuera de la virtud. Si no hay pasión, estás dentro de la virtud. El que ha pecado y se ha arrepentido, debe de velar mucho, pues la lujuria es reincidente.
AVARICIA En los capítulos 7 y 8 trata sobre la avaricia. El demonio que rige este vicio es astuto, pues incita al monje a acumular bienes como si fuera algo sensato y prudente. Incluso, Evagrio dice que la avaricia es la raíz de todos los males. De nada sirve quedar inmune de todas las pasiones si continúa todavía la avaricia. Los monjes no deben de tener riquezas acumuladas, pues se olvidan de Dios y se sumergen en sus preocupaciones. El monje que no tiene nada se encuentra por encima de toda prueba, pudiendo acercarse a las cosas celestes. Tendrá ánimo sereno cuando le llegue la muerte, pues su alma no tendrá ningún tipo de atadura terrena. Si una vez que un monje se ha desprendido materialmente de sus bienes, pero continúa atado a ellos sentimentalmente se atormenta mucho. La avaricia es un vicio que jamás se sacia. Siempre quiere multiplicar sus bienes y nunca queda satisfecho, pues ha perdido la paz interior y sólo piensa en tener más bienes y no disfruta ni da gracias por lo que tiene. El monje auténtico debe de contar sólo con lo necesario, sin adular a los ricos para obtener bienes materiales, para así poder alcanzar la vida eterna con mayor rapidez. La gran diferencia entre el monje rico y el que no tiene nada es que el primero trabaja arduamente, pero para tener mayores rentas, mientras que el segundo dedica todo el tiempo a la oración y la lectura. Sean malditos los idólatras y los avaros.
IRA Tratada en los capítulos 9 y 10. La ira es una pasión furiosa que degrada a todo el hombre. El que está bajo el influjo del demonio iracundo se enloquece con sus pensamientos alocados, llevándole a odiar a aquellos con los que ha tenido algún problema. La ira nubla la mente, la embota y la hace perder la sensatez. En cambio, quien sólo piensa en Dios tiene un estado de serenidad. Se compra la mente del iracundo y la del magnánimo con la figura del agua: el primero tendrá su mente turbada como agua agitada que no encuentra su cauce tranquilo, en cambio el segundo tiene su mente como una fuente tranquila. Los ojos del que no tiene autocontrol están descompuestos, mientras que el manso los vuelve hacia abajo. El alma apacible se convierte en templo del Espíritu Santo. En definitiva, el que guarda la ira y el rencor en su corazón no puede vivir en paz consigo mismo, con Dios ni con sus prójimos. En cambio, el que perdona y es pacífico se ejercita con discursos espirituales. Mientras que el monje que tiene un corazón lleno de rabia no hace otra cosa que recordar constantemente su odio alimentándole, el monje que sabe perdonar y vivir con un corazón entregado al Señor tiene constantemente pensamientos del Señor y los sabe guardar en su corazón.
TRISTEZA El demonio que rige la tristeza es analizado en los capítulos 11 y 12. El monje que vive bajo el influjo del demonio de la tristeza no conoce lo que es el placer espiritual. Su origen se encuentra en el haber fracasado en la venganza. Se duele en su corazón y no hace otra cosa que continuar en el dolor. No sabe valorar las maravillas que el Señor nos regala a cada instante. No sabe reconocer el don de Dios que ha obrado sobre él. La tristeza es como un gusano que se encuentra en el corazón. Un ejemplo para expresar el alcance de la fuerza de este demonio: la mujer que pare sufre momentos dolorosos, pero después se alegra al tener en brazos a su crío, pero el que sufre bajo la maldición de la tristeza constantemente adolece su alma, amargándose a sí mismo. Y es que la tristeza es un impedimento para todo. Incluso no puede siquiera elevar una oración al Señor. La contemplación queda descartada. Se compara al que está constantemente bajo la tristeza con los prisioneros de guerra.
Y con la figura del prisionero de guerra quiere mostrar su teoría espiritual del que ha sido vencido sistemáticamente por los demonios y su alma ha quedado esclavizada por ellos. El triste se encamina a ser esclavo de los demonios. El derrotado por la tristeza no tardará en ser vencido por las pasiones. Y es tan peligrosa que nos engaña de todas formas: el que ha sido hundido en la tristeza y busca salir, puede equivocarse en el modo de escapar de la tristeza y puede buscar salida en otras pasiones pecaminosas. El que está libre de pasiones no puede ser herido por la tristeza. El escudo del monje contra la tristeza es la paz interior. El que domina las pasiones reina sobre la tristeza. La tristeza disminuye el intelecto. Al triste desagrada la dulce salida del Sol. El modo de demostrar la tristeza es la presencia de una pasión. El que siempre quiera librarse de la tristeza debe de despreciar las riquezas. El humilde sabrá alegrarse en los momentos difíciles y de deshonra.
ACEDIA El demonio de la acedia se analiza en los capítulos 13 y 14. La acedia es la pasión que está dominada por el demonio de la indiferencia frente a la tentación. El monje en acedia no se enfrenta debidamente a la tentación. Su alma es débil y cae en tentación. Evagrio pone un ejemplo de acedia que se da entre los monjes: la acedia consiste en abandonar la celda, no vivir según la naturaleza propia y buscar cualquier pretexto para escapar de los quehaceres de la vida monástica pero sin abandonar la vida monástica. El espíritu de acedia acecha al monje para que salga de su celda. El monje quiere escapar de la soledad y buscar de mil maneras cómo hacerlo. Entonces utiliza como pretexto el visitar a los enfermos. El pecado consiste en que más que sea una obra de misericordia es una renuncia momentánea a su estado de vida. Visita a los enfermos pero para no estar en su celda y poder salir. Más que alentar a los enfermos a buscar una vida cristiana busca su propia satisfacción. Este pecado Evagrio lo tiene realmente en una peligrosidad elevada, porque hace que el corazón del monje se divida. Por un lado no es plenamente feliz en el convento, porque anhela constantemente salir, incluso buscará la manera más astuta de evadir su estancia en la celda. Para ello dedicará mucho tiempo para pensar cómo saldrá, incluso puede llegar a la paranoia de imaginar o inventar visitas o voces que le induzcan a salir. Quizá en esto consiste en que la acedia esté regida por un demonio. El tentador busca de mil maneras romper la concentración en el monje para que pueda orar y meditar y todo ello sirva para la gloria de Cristo. Pero siendo el monje un hombre de Dios dedicado a la oración y a la contemplación, el demonio busca que pierda el ritmo de la lectura, que se aburra, que empiece a bostezar, que empiece a hojear el resto de las páginas para hacer cálculos de cuántas le faltan para terminar.
VANAGLORIA Hace el análisis de este demonio en los capítulos 15 y 16. Es una verdadera aberración esta acción pecaminosa, porque nos hace proyectar en los demás valores que no existen en nosotros o que absolutizamos un bien relativo y nos sentimos exclusivos poseedores del mismo, dejando a un lado la doctrina que dice que todo lo que tenemos lo hemos recibido como don de Dios. Es una pasión irracional que con facilidad confunde a las personas, pues se suele entremeter con las obras virtuosas. Pero tal es el grado de confusión del monje que se vanagloria que puede llegar a trabajar sin recibir recompensa, y con ellos falsear el sentido del trabajo, pues él lo entiende desde sus propias fuerzas, sin ningún sentido de ofrenda al Todopoderoso, sino que su perspectiva es el egoísmo de sus propias fuerzas. Piensa para sí mismo: “Todo lo puedo pues soy joven y fuerte”. Y si es viejo y débil opina: “No trabajo porque mi ámbito de trabajo es impartir mi propia sabiduría de vida”. En definitiva, es un exceso de confianza en el hombre, porque la vanagloria es una corrupción de las virtudes. Cuando se pierde de nuestra mente la alabanza de Dios, entonces se pierde el sentido de trascendencia. Es un pecado considerado grave, porque atenta contra la virtud de la religión, que es la entrega generosa de nuestro obrar y pensar a Dios mediante el culto instituido. Así, este que se vanagloria no ofrece al Altísimo ningún sacrificio en el altar de Dios, sino que se lo ofrece a sí mismo, suplantando el destinatario de la ofrenda.
SOBERBIA Este poderoso demonio lo analiza en los tres últimos capítulos, del 17 al 19. Es el mayor de todos los demonios. La soberbia es aquél pecado que tienen las personas que se sienten divinos. Las personas soberbias se elevan sobre sus mismas cualidades, sobre las demás personas para finalmente elevarse sobre el creador de los cielos. Pero Evagrio castiga duramente al soberbio con esta pregunta: ¿De qué te enorgulleces, oh hombre, cuando por naturaleza eres barro y podredumbre y por qué te elevas sobre las nubes? Contempla tu naturaleza porque eres tierra y ceniza y dentro de poco volverás al polvo, ahora soberbio y dentro de poco gusano. Es un rechazo total y absoluto de Dios, puesto que el arcángel del cielo pecó de soberbia. El antídoto de esta pasión demoniaca es la humildad.El monje que es soberbia se parece a un árbol sin raíces. Todo estos capítulos son exhortaciones a despreciar a la soberbia y ser humildes ante Dios y antes los hombres.
CONCLUSIÓN Es interesante el modo cómo plantea su pensamiento. Lo más valioso que yo resalto es que en verdad será un antecedente débil de los actuales siete pecados capitales, pero sin embargo no están del todo orientados a la aplicación a todos los hombres. Para Evagrio son pasiones propias del monje. Un punto débil de la obra es la excesiva importancia que le da a los demonios. Es verdad que ellos nos tientan para convertirnos a las criaturas y despreciar a Dios, pero también muchos de estos ocho vicios son debidos a la debilidad y finitud del hombre. En conjunto es una obra muy aleccionadora y enriquecedora. Es verdad que va dirigida exclusivamente para los monjes del desierto, pero también es verdad que está redactada con tal espíritu de sabiduría y de misticismo que la obra puede ser válida para todos los cristianos, pues todos corremos el mismo riesgo de caer en algunos de estos pecados durante nuestra vida ordinaria.
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